Dificultades, dificultades y verdades bajo el dorado sol del Sur que me acompaña en la vida que comparto a cada respiración con ella, tan sumergido en la calma que llego a sentirme un tanto gandul o, sin duda privilegiado por el hecho de tener el día para pasarlo escribiendo o creando música, como si eso no fuera por si mismo un trabajo que cueste mil emociones y la cruel exposición al mundo. Esa manía de artistas de plasmar sus vidas, alegrías y tristezas, defectos y trabajadas virtudes, trastornos y desordenes, ambiciones y consuelos, penurias y gozos, y todos los días en los que no ocurre nada, esa insistente necesidad de expresar sea de la forma que sea lo que acontece.
Lo cierto es que a pesar de las dificultades y de todas las verdades a las que les encontré ciertas mentiras en un camino hacia el horror y el abismo interior que ladraba de forma tremendamente cruel, sin piedad ni compasion ni pensamiento al que agarrarme, en todo ese complejo despertar había algo que nunca llegué a entender, en parte porque a pesar de mis errores no creía merecerlo, pero el caso es que ahí estaban, todas las presencias de mi mundo enojadas y alteradas repitiendo lo mismo una y otra vez, como cuando rebobinas un viejo cassete o una mala película de serie B, estravagante y con un gusto dudoso entre abriendo puertas de consciencia y recuerdos que nunca recordaré, pues tan solo se hicieron reales por las palabras que el viento me trajo…
De ese modo supe que había perdido parte de mi intimidad, intimidad que nunca me espantó ni molestó, secretos livianos que nunca escondí, pues simplemente nadie preguntó, vivencias y matices que no eran ni son especialmente importantes en mi vida y que para nada afectaron a mi crecimiento ni a mi persona.
El rumor, el rumor si que dolió, no eran los hechos los que me perturbaban o melestaban, ni siquiera me avergonzaban, sino el puro rumor, el puro y crudo cotilleo macabro proveniente de gente bastante más antinatural y reprimida que lo que por entonces era uno mismo, de hecho demostrado está a la larga, pero era ese goteo de información personal y clasificada la que hacía que no encontrara refugio en nadie ni en nigún lugar, que no tuviera recursos para frenarlo, se habían metido literalmente en mi cabeza a base de rumorear actos insignificantes y en todo caso naturales y sobre todo sabidos y asimilados con total normalidad en su momento. Los muy cabrones creyeron que a mi me daba vergüenza o que era algo que me atormetaba…. se equivocaban, se equivocaban totalmente, fueron ellos mismos, todas esas lenguas voraces y gestos en caras, palabras y miradas hirientes las que hicieron la realidad tormentosa en mí todo aquello que nunca me supuso trastorno ni nada negativo, mucho menos represivo, ¡al contrario!, pero así fue como convirtieron inocencia en represión obsesiva, empeñados en repetir bobadas y chiquilladas a viva voz escondida como si fuese algo grave.
Aquèl trance pasó, pasó como si pasara un tren de alta velocidad por mi cerebro, sin dejar ni un solo hueco para que llegara la sangre a la cabeza, teniendo que defenderme de una manera insana y totalmente injusta, y a su vez, golpeandome a mi mismo por tan solo haber tenído un momento de inflexión y de flaqueza que con gusto recogieron en el fulgor de un pueblo que precisamente presume de condiciones y libertades, pero que en realidad, tras todo ese manto aparentemente liberal, se esconde toda una masa arcaica y represiva que jamás avanza, de hecho todo el que allí sigue precisamente poco evoluciona ya, aquél que permanece se pudre en la mediocridad de una vida creyendose vanguardia y cacareando al son de años pasados que no aportan gran cosa ni a los cínicos sabedores del verdadero riesgo del arte y vida, ni a la última vieja roñosa que guarda los últimos crucifijos con aquél Jesús que ya muy pronto dejará de ser recordado, pues si eso no ha sucedido todavía no es más que por todo el sistema global al cual les interesan los martires para que pobres y ricos tengan, unos esperanza, y otros consuelo, y sobre todo esa esperada y ansiada absolución de la cual por mi parte desde hace ya tiempo renuncié, pues no veo pecado tal como para que a uno le persiga nada hasta la muerte, y menos más allá, ¿más allá de donde?, ¿de aquí?…
Hasta la muerte te persiguen las risas tercas endiabladas y las malas lenguas que contumaces hieren por propia miseria, aunque hay que aprender a sacudirselas, que a su vez eso demuestra que nada cambió realmente, y que no es de extrañar que al tal Jesús, que no es más que un ejemplo de los ideales, las convicciones, la corrupta y a la vez eterna e inagotable política y sobre todo, de la injusticia y del fariseismo que siempre cabalga detrás de todos los que se atreven a mirar más allá de lo correcto y de lo cansinamente común, para entender que por siempre hubo y habrá clases, clases de personas con o sin clase, por una sencilla razón, o mejor dicho, una sencilla pero devastadora enfermedad que habita a algunos hombres y mujeres, que devora a quienes vida no tienen y nunca encuentran consuelo si no es en la competición y el poder, la puta envidia, capaz de remover a cultos e ignorantes por igual con el único fin del deseo que nutre a quién tan solo encuentra alivio con la caída del otro, capaces de hundir el alma y perseguir hasta la muerte por pura y mísera vida propia. Hablaríamos de otros «pecados» y otros trastornos o conductas humanas, pero es la envidia la mayor portadora de rumores, y es en ella donde los perros ladran a todo aquél que bajo su punto de vista haya destacado en una u otra materia. Incluso habiendo conseguido el objetivo principal del envidioso, que es la caída de su envidiado, seguirá éste rumiando y conservando el veneno fresco para que cada vez que los veas recuerdes la caída, llamandote con toda su arrogancia «juguete roto», sin saber el sabor de toda la evolución y la mutación superada desde el horror inicial hacia la paz conquistada.
Es por ello que hoy, en esta absoluta paz que ahora, en este instante y en este lugar, junto a ella y, a su vez, con toda mi consciencia a flor de piel, puedo recordar sin dolor alguno la injusticia que ampara a ciertas mentes de corazón pobre caduco y trasnochado, a aquellos que salieron airosos de alguna maldad intencionada inconfesa, y agradecer a su vez toda la fuerza y tenacidad, todo el empeño y toda rebelión, todo el valor cosechado a base de superar miedos, unos propios y otros… otros ajenos, a toda la constancia y la constante inquietud creativa y, por qué no, también a la humildad de quién nadie es, para manternerme simplemente erguido ante quién sea y decir que jamás verás mis rodillas tocar nuevamente el suelo, que jamás volveré a confundir los rumores de ridículas cacatuas con mis emociones, y sobre todo, que jamás volveran las golondrinas a ser dueñas de un ruiseñor que tan solo se atrevió a soñar a lo grande, y se sepa bien que a día de hoy poseo lo que tantos quisieran, aunque no se por cuanto tiempo. No es más que tiempo y paz.
No creo en la absolución, sino en la propia vida que alimenta la sed de quién nada espera, ya que morir se muere dos veces, una en algún lugar recóndito de la mente en el camino presente, y otra antes del conticinio universal, antes de que comience la farsa del dolor futuro, sin duda muchos de aquellos que te mataron la primera vez estarán allí, eso da igual, pero nacer… nacer se nace muchas veces, y lo mejor de todo es que en todas ellas seas lo que tienes y has venido a ser. Sin condición, con consciencia, y con valentía.
El pedón llega solo…