Ayer estuve demasiado tiempo ahí afuera, en ese lugar donde el ruido se amplifica y todo el mundo habla a la vez. Ahí, en plena calle, en la cual las caras se van desdibujando por el estrés, y donde los coches sueltan el sonido del pasado progreso que a cada paso ya no es. La mente se consume entre tanto y nada en lo que poder distraerse de la fatalidad de la mañana que avanza. Transitos en el equilibrio que cada vez cuesta más sostenerlo, pero relativamente cuerdo tras regresar a la cueva en la que como dice Lôbison, remo valiente.
Y llegar a lograr la calma en tu espacio entre cigarros del ansia y el amor que nos queda libre. Después viajar hacia el sueño que cada día historias inventa en ésta mi cabeza, a cada cual más surrealista y absurda, otras veces iluminados caminos en los que suena la música, o reflejos de la vida. Ese descanso tan necesario que hace que uno vuelva a la pelea con el reseteo justo para poder continuar un día más, si bien ahora son libres y tranquilos los instantes después de dos meses en la enrredadera de la mente confusa y ruidosa. Y la pasión que espera paciente a ser descubierta y correspondida.
Parece haber cesado el horror en su intento de aniquilar la esperanza, si bien ésta es siempre engaño en el que nada importante sucede del sentido del exito ya logrado por prescindir del aplauso y por tener el tiempo de tu parte que a placer consumo entre la noche y la paz que recien ha regresado. Cansado de la sensación del vigía interior que siempre busca los huecos entre el silencio y yo. Nada más que la suerte del desaparecido. La virtud del explorador paciente, del artista en carrera de fondo que parece encontrar en la muerte el único reconocimiento a tanta belleza y talento, el cual a ratos desborda y a ratos ni se percibe.
Y la rabia de algunos momentos en los que inocente se te escapa por las sospechas. Sospechas de falta de intimidad que un día perpetuaron en aquella estrecha linea que cruce valiente a la vez que inconsciente. Tal vez sea mañana cuando tras la ventana recuerde saberme libre de la orgía del estrés que supone el mundo laboral, y sea entonces cuando reconozca haber triunfado en vida que radiante y feliz ocurre el milagro de la música. Con el amor en compañía y la sed recuperada entre esas ruidosas sombras y el no saber exáctamente. Agradecido por fluir en el silencio y descansar.
El poder de no regresar a los malos pensamientos, ni encontrar en la errada búsqueda alimento que pueda enfurecerme, y si en cambio explorar universos paralelos que como hilo en cada cuerpo saborear la extensión de lo no visible, y reconocer el misterio que todo encierra.
Será que ya hace tiempo dejaron en mí un estruendo que con serenidad y esfuerzo transmuta cada día de lamento a risa. Alegría de vernos y sacudirnos el pasado, y entre tanto descifrarnos las interrogantes. Es ahora que logro estar completo en una mujer bella por fuera y por dentro a la vez que repleta de la bondad, que hace que sea todavía aún más, y entienda a ratos que afortunado regreso a las cosas que en realidad son la tranquilidad. En esa mañana que fue tormento y después descanso y aliento entre el sueño y el viento de una mente que piensa con el corazón. Es cierto que pude vencer al mismisimo diablo que al enloquecer de furia lo cubre todo, y entiendo que de algún modo alimenta mi suerte en el combate a tiempo descubierto, con todas esas voces de lo conocido, hirviendo en la maldición de la salud mermada, pero de nuevo recuperada para el descanso personal que tantas veces pierdo y que tantas veces olvido de tanto recordar.
Se acabo la sal de aquellas lágrimas rotas, pues a día de hoy mis ojos vierten la luz del placido camino de los años que nos quedan sin andar. Apuesto la vida moriré a flor de piel derrapando las emociones y heridas que espero bendición y prudente suerte de haber caminado todo lo ocurrido, y por fin alzar el vuelo del guerrero que como un indio apache fluir en la hoguera de las almas libres y calientes. Profundamente dolorido pero habiendo consumido cada segundo.
Y finalmente sería capaz lo sembrado que hablára de uno mismo, si tal vez por casual misterio alguien lograra escucharlo. Entiendo que no hay pretexto ni se cuentan las victorias que entre tanta derrota irrisoria supieron a miel y gloria. Posible pero improbable, aunque sentir se siente loable el sabor del saber que crece que es solo para valientes el encuentro con lo divino entre la fascinación y la humildad. De regreso a casa en pie, tras guerras que enloquecieron los rumores de un intento de comprender lo inmenso de un universo a voz en grito. Es ahora que no me limito y puedo contar el sentido que encuentro cuando mente y corazón se hacen uno.
Como unidos estamos por ese hilo que tramsitamos los diferentes destinos de cada ser vivo, después de buscar sin encontrar los motivos, pero con la tarea completada en esa supuesta nada que supone la muerte que tal vez diferente que en el ruido ahí se pueda respirar.
Verdad sin inocencia y todo el amor que uno pueda soportar. Abrazado a la quieud que desemboca en el oceano de tantos soñadores que nadie soñó.
El tiempo que nos duró la vida será recompensa entre tanta muerte injusta y tanto que quedó atrás. Y el aplauso gigante de todas las galaxias encendidas en ese polvo de estrellas que ya descansa.
Agradecido a la vez que extrañado, pero sin dejar de lado al sospechoso e inofensivo silencio que hoy logré escribiendo esto que es para tí regalo de invierno. De regreso hacia las formas de erradicar ese ruido que afuera atormentado escape hacia otro lado de mi ser y mi comprensión. Aquí, que como ya he dicho, dice Lôbison remo valiente, aunque a ratos guerra firme pero hoy tal vez por casual destino encuentro serenidad.