Amanecer en un día entre rumores inperfectos de un esclavo, lamiendonos los encuentros entre sábanas, sin descuidar ni uno solo de los rincones en el deshielo de los corazones que laten de madrugada.
Universalmente imberbes en el recreo de un fuego invertido bajo tu ombligo.
Los susurros empiezan a parecerse a carcajadas de cientos de sutiles conexiones que se activan, la mirada se te vuelve estrábica y el pulso se acelera sin tu poder hacer otra cosa que no sea despertar entre el clamor de unas ingles derramadas.
El café está listo cuendo llegas al quinto elemento químico, y las sensaciones opacas se hacen eco en el espejo. Es entonces cuando sin querer sollozas en la inmensidad de una habitación perfumada de placer por un encuentro furtivo que algúna vez imaginaste.
Despues del ultimo atisbo de un sano y a la vez perturbado impulso, yace tu cuerpo entre cogines innifugos y almohadas cargadas de desesperados esfuerzos por un no querer escapar.
Mientras los cuerpos arden, el café se enfría, es entonces cuando una lagrima febril se desprende de tus ojos que ansían poder dercir sin apenas aliento «amor amante amigo».
Y el desnudo ya no es visible después de acariciarte el último poro de piél que quedaba sin abrir…
22/07/2017