Ayer no tenía fuerzas. Fuerzas para mantenerme con un mínimo de sentido.
Solo quedaba el sexto de los sentidos que habitualmente me turba y me engaña para bien creativo temporal.
Ayer sentí que no valía la pena ni uno solo de los quehaceres que completan mi existencia.
La certeza que me provocan las dudas me generan asuntos inhóspitos en los que recaigo por alguna sin razón.
El horror de la falta de alimento y sueño habían dejado mi cuerpo y mi mente al servicio de los fracasos diurnos.
Ayer apenas había dormido en más de 27 horas. Horas que me consumieron toda esperanza de calidez emocional.
El ayer lo solucione con una buena dosis de cama y algo que comer.
Sobre todo cama y dormitar.
De ésta forma hoy soy otro que ya va buscando en sus rincones los momentos en los que en un futuro habrá bellos sonidos de un encargo amistoso.
Por hoy ya no es ayer, día en el que recaí en el agotamiento de malos pensamientos que producen sin sentidos.
Por hoy he rejuvenecido el alma que me guía en ésta extenuante y extraña travesía en busca de la creación sonora que me late las entrañas.
Mirando musarañas que me gritan que es posible superar aquel ayer en el que casi no pude.
Asuntos de una bohemia perdida que recuerdo a trozos.
Por hoy soy quién siempre fui. Valiente en el sentir para después expresar con serenidad la amplitud de estar despierto ante cuestiones pseudomisticas con cierto olor a ciencia inexacta.
Santa paciencia y coherencia en la consciente conciencia de los segundos que te llevan a la parcial verdad de los reflejos.
Ayer morí un poco para estar de vuelta en el jarrón del equilibrio.
Hueso y asfalto quebrado.
Barro y humeda distancia.
Sabor saber en las noches de ningún reproche.
Fuego y humo en el oro de los sueños.
Calma.