La miel se deshizo en el estremecido cuerpo de una edad madura llena de mapas. Salieron a relucir todas las capas del otoño. El aliento contenido se convirtió en el suspiro de un mendigo retenido por los asuntos que requieren una mínima recompensa. La vida que tuvimos se nos retorció tanto, que suceden los atardeceres sordos del bullicio. De mientras, nuestras conciencias se liberaban de antiguos fantasmas en el vapor de la olla exprés que genera pensamientos equivocados. Yo, sinceramente, pensaba que me había liberado de todos y cada uno de mis miedos enfrentados con el valor que te da la soledad, pero…cuando ella dijo… «tengo miedo», volví a sentirlo. Curiosamente no era el momento para ese sentimiento generado por la incertidumbre. Aun así, el camino se hizo olvido. Dejar nacer otras situaciones fue la solución imperfecta para sensaciones que hoy en día resultan ridículas. La nieve no llegó, pero las hojas cayeron, como calló el estremecido Nebushi al saber que nadie le esperaba, ni siquiera ella. Y los ríos casi secos parecían embrujados por la inercia. Apenas había luna para uno. Después de todo, fue la voluntad la que trajo al renacido las ganas de volver a ser instrumento del equilibrio entre lo vivo y lo vital. Desnudo encontró la salida a la acomodada apatía que se soporta cuando nadie te espera. Cuando a nadie le importa lo que importa y lo que no. Cuando ni siquiera es valorada la distancia que recorres para cobijar la lumbre que da un cristal demasiado expuesto al sol. Y los vendedores de la falsa felicidad acabaron siendo la burda conquista de lo prolífico. Cromañones del futuro quedaron al descubierto. Así llegó el asombro de los cuerdos, que por fin, felices del encuentro reconocieron la solución. Y ella, extenuada de placer, entendió que hay algo más valioso que los deseos y los sueños de juventud, se dió la vuelta, abrió la puerta, y se fue en busca de esa luz que años más tarde le dejaría ciega de vanidades. Resulto ser un espectáculo de variedades músicales en medio de una guerra sin firmar. Paz retenida en el tiempo de un soldado. Mañana nadie recordara la batalla que tuvo lugar en la inmensa serenidad de un estado inspirado por la verdad. Y allí, enfurecido de opiniones, se encontró con la empática Dulcinea de los mares bravos. Esa que intenta siempre mitigar a los esclavos de si mismos. ¿Lo recuerdas? Ahora me toca a mi dar cuerda al sentido de éste destrozo de soledad…