Y me ví vulnerable ante todas las realidades posibles. Quedé en un soplido de angustia y rubor ante desconocidos que parecían saber de mí. Fui descalzando los vientos de mí mente mientras al otro lado la vida continuaba ajena. Eternicé el sufrimiento que sentía por dentro. En esa llamada hacia lo más escondido y a la vez natural.
Hubo quién aprovechando el desconcierto se alzó para ningún fin preciso. Testigo de mis fantasmas que realmente no eran tan fieros. Como ratas en un diluvio en el que todos reían. Mi ser se descomponía en pedazos de otro tiempo que supuse eran propios. Hasta alcanzar al miedo provocado por una tensión extrema que sacudía con fuerza mí personalidad.
Quedé débil y confuso sin ningún tipo de capacidad en la defensa. Así pasé por la muerte en vida que a voces me definía como el tirano. Aunque siempre conserve la emoción de los asuntos creativos.
Caí hasta el barro más hondo y la oscuridad más sensible al que dirán. Mientras ataba los trozos de corazón que se descubría de metal. Por eso comencé un camino en el que nadie pudiera ser herido por mí sombra. Y tan sólo recibí el ego de mis oponentes viendome sufrir.
Más tarde entre en un estado de cierta paz, la cual impregnó mi obra sin medida, comprendí el verdadero sentido de la palabra compasión. Hacia mí y hacia cualquier ser que pudiera errar o simplemente desvariar.
La vida se llenó de seres que a cada paso padecían cada uno sú trastorno o sú dololencia. Empaticé con el cosmos que supuse me hablaba para asegurarse de que nadie lo cuestionara friamente. Jamás sentí la llamada ni la voz de ningún Dios pero… cientos me hablaban a voces en la inmensidad de mi conciencia que crecía hacia un estado pleno.
No precisé de venganzas ni de guerras, era suficiente malestar aquél embrujo que dibujó ante mí lo que muchos deseaban. Profundamente despierto y a la vez sin poder dormir.
Por eso hoy vuelo en otra altura, la suficiente para jamás regresar a ese sótano que juzgó mi inocencia.
Por supuesto no hay desprecio que pueda definir lo que siento ante quien hizo sú bandera en mí dolor.
De sobra me trajo vida que descubro a cada paso. Aunque sí el merito propio por saberme acorralado en un universo de gente que disfruta del mal ajeno.
Incontables cotilleos llegaron a mis oídos que desnudos de maldad soportaron risas tercas que tan sólo escondían la propia bajeza de quienes se jartaron. Ahora ya no me asusto por nigún ruido ajeno o interno, mucho menos por nada externo. Pagué mí precio por descuidar mí silencio.
Y siempre, y digo siempre,
me salvó la música y el encuentro con quién vió más allá de la forma en la que mis emociones se sabían inteligentes. Fue por pura experiencia que conseguí llegar a solventar cada duda y cada error, para finalmente entender que no todo el mundo merece la atención de alguien que salvaje encuentra en la soledad las ganas y la fe que mueve montañas.
Sin duda soy culpable de algunos hechos, nunca de pensamientos que no eran míos. Y seguro habrá que esperar sin ánimo de venganza que el tiempo arroje la verdad de cada uno. Veremos quién de entre todos es capaz de morir en paz, dependerá de con cuantos de tus miedos y errores te hayas enfrentado.
Ni el perdón logrará sanar tu horror ante el estruendo que llegará para que pagues por tú defensa. Así, descalzando el viento de tú mente y… por fin abrir la puerta final.
Yo ya fuí cucaracha que boca arriba intentaba escapar, tan sólo y tan valiente.
Digan lo que digan.
Estoy preparado, ahora se tanto recibir como dar, ahora que ya apenas me detengo en las entrañas.
Por eso sé que estoy libre.
Luché por ello.
Luché por tí.
Abrazado al infierno encontré el amor de quién nada me enturbia. Y de ese modo crecieron las alas y olvidé algunos rostros.
Serenemente unido.
Sabiamente tierno.
Velozmente despierto ante el ruido que nada sabe de nadie.
Así, con el calor del fuego consumido y la vida sensata, loco y humano, sin el eclipse emocional de quién me envidió. Capaz de amar sin herir, tambiém capaz de herir sin odiar, capaz de escuchar susurros y no tener miedo, la verdad de quién nada tiene que temer, y la ansiedad de quién nunca abandona.
La imaginación constructiva y los recuerdos sedados, esos que jamás me hicieron daño, esos que descubrieron como sí fueran secretos, los mismos que en realidad definian sus propias vanidades en un intento de alcanzar la altura de un vuelo.
Nadie merece el llanto cuando te pisan, tan sólo quién cuida sú calma recibe.
Fui, pero… hoy sé.
Cruzando al limite de la realidad, entre tú miedo y la ventana de unos ojos vivos. Entre aquél naugrago y la victoria.
Amando.
Nunca sentí el fracaso como pudieran pensar que se siente, puesto que siempre me alimentó la música…
Amor.
Y el tiempo…
…viento que se fue.