El desgaste y la sombra

Es difícil mantener una cierta integridad con respecto a lo que uno ama y hace, pués es seguro que los hay más parecidos a un sorbo de café barato que a un buen trago de bourbon, de ese que te llega al cerebro y se funde con tus pensamientos aniquilandolos de la forma más pura y honesta. Y claro, de tanto café barato la sociedad se acostumbra en la inmensidad de cafeterias en barrios pobres.

Un dia me dijeron que el bourbon al que acostumbré se me había endulzado por esa búsqueda insaciable de reconocer en los errores algún atisbo de verdad, y fuí descubriendo a base de caramelo y piél la verdadera esencia de quién jamás vivirá de los recuerdos. Son cómo las sombras de los arboles, que dan la vida en un día de extenuante calor, tan rusticas y a la vez preciadas cómo cuando por primera vez escuchas un álbum de Bill Frisell, con esas notas sedosas y esa armonía que se deja masticar envuelta en la sabiduría de cuando menos es más.

De ese modo uno aprende a caminar en la oscuridad, traspasando las fronteras que uno mismo se ha puesto, y de escandalo y hiél se nutren los tendones que borrachos de calma regresan hacía el cuerpo vital. Ese desgarro que te mantuvo lejos de las formas que se parecen entre sí.

Tal vez ya no sirva de nada el intentar rebanarse las entrañas con el fin de quebrar el corazón de quienes sordos descubrieron aquella luz. Me temo que mis labios olvidaron el sabor de los espejos reventados con la frente, de ahi nació la cicatriz que tengo al lado de una de mís cejas, y no era nada, simplemente el ansia de las baldosas amarillas que prometían callar a esos perros dementes de figura gris y sombrero de ala ancha.

Perdón por la terca manía de búscar en aquella herida el sentido de todos los momentos que decidí perderme, de toda esa batalla contra el ruido, de toda esa masacre en la cual tan solo la sombra pudo darme un poco de vida. Apabullante y espesa la mirada cuando comprendí que ya nunca tendría la intención de volver. Así, de ése modo, he descubierto un jardin de curiosidades que me despojan de toda lo que pueda producirme ese café barato repleto de las mismas voces de siempre, texturas que impresionan a base de la facilidad que tiene el viento de cambiar de rumbo.

A mí, que apenas supe tejer lo imposible en tiempos en los que nunca se dijo, es cuando impreso en mis manos desnudo la belleza del aliento y la sed. La cascada quedó a la espera del encuentro, cómo cuando viajas sin rumbo, cómo cuando el bourbon sube por tús venas en búsca de esos pensamientos cobardes e inoportunos y los deshace de inmediato para bien de un servidor. Las cadenas del olvido jamás podrán luchar por quién ya no está dispuesto a recordar ningún camino de regreso. De esa forma encontré la sed, en aquella sucia esquina del muelle. Cada barco supuso su rumbo y, el mío jamás será el ayer. Me sumerjo en la inquieta pero sabrosa forma que tienen los besos cuando ya no se buscan, y recojo las velas para quedarme solamente un rato en lo autentico y lo profundo, sin nada que temer y con todos mis sueños partidos.

Nadie vino a bucear esta tarde conmigo, a saber en cual de las cafeterias perdiste el gusto. La mirada cae y las rodillas se doblan, y es entonces cuando entiendes que no tienes nada que temer.

El desgaste hará el resto…

tú tan solo y… tan mezquino.

Para mí en cambio quedó el mañana…

Y mañana será hoy, que casualidad.

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