No es lo mismo la ignorancia que sentirse ignorado, pues bien cierto es que muchos leen pero no reaccionan, ni siquiera ante el cumpleaños de una madre que tienen que ser la mayoría desconocidos los que se pronuncian. Y es que en esta apartada orilla de las redes sociales antisociales no se acostumbra a vislumbrar caras conocidas, pues como dice esa canción llamada «Mariachi sin Cabeza» – «Si permanecen indiferentes es que algo habrás hecho mal».
Pero quién puede juzgarme, si no es posible haber fallado a todo el mundo, por otro lado, quién hace todo bien en esta vida. Sí supieran de mí sentir otro gallo cantaría en estos corrales infectos.
Me parece que va siendo hora de hacer una limpia en caralibro, pues se cuentan casi 1000 las personas aquí acumuladas que al parecer nunca miran ni dejan de hacerlo. Y se supo lo que se quiso, y se quiso lo que se supo, hacia otros mares me llevan sin descanso en un padecer si disimulos. Cuantos nudos en la garganta he tenído que soportar, y las hienas se nutren de la acusada paz que nunca fue. Agarrados al intento de no volver. Compadecer…
De Dios ni me pronuncio pues nada se de las casualidades inoportunas que en semejante desierto enpático no es posible la fortuna camarada. De finas y gelidas miradas entre la vida y la fe. Terca es la risa tonta y mudo el amanecer. Por eso me cantaste ayer que no te pude entender pues en otro idioma era y nunca pude ver. Alejada la sana y dulce condena en la que los muertos jamás podrán ser. De dias enterrado en las palabras y la nausea producida por la fina e hiriente indiferencia de la que supe, se y sabré.
Relampago y furia, tensión e inquietud, sabores saber en soledad que ya me quisieron robar. Tal vez pecar sin humillar, o ponerme a silbar el silbato de los profundamente vencidos entre la victoria del mañana. Acariciandote la espalda sin que nadie pueda resolver el misterio y la poderosa sed. Sin rencores ni promesas, siendo las horas tersas. Agua de lluvia que nutre la tierra y deja raices enterradas, sencillamente pesadas y sombrías miradas que renuncian a los sueños de quienes con fuerza desarrollan la imaginación. Acabar con la huída fue la mejor medicina para el corazón de hojalata que dejaron las ratas ensimismadas de tanto pedir. No te juzgo ni te entierro, el hacha la llevo en mí, y la piedra…