El rincón de los ausentes

Así te vi, entre el murmullo de la gente, entre la espesa marea de seres que se divertían en la noche.

Quise mirarte de frente para ver si te fijabas en el chico del sombrero, pero tú parecías no prestar atención.

La casualidad, o el azar, hizo que te  perdieras cerca de la esquina donde menos bullicio había, y ahí estaba yo, desganado y sin intención de conocer a nadie.

A nadie excepto a ti, que deslumbrabas con ése vestido rojo que prometía ser un disfraz de alguien que en realidad parecía no haber querido ponérselo. Sin darte cuenta, y sin yo perderte de vista, la marea humana te acerco más hacia mi, y acabaste en el rincón de los ausentes que por alguna razón de cuando en cuando buscamos cierta conexión con el mundo.

Entonces me viste, viste que yo te observaba, entre las luces de la barra de aquel bar en la playa que no daba mucho juego para el movimiento de los cuerpos. En ese momento me di cuenta, sin yo saberlo,  de que eras la única razón por la cual había aceptado asistir a esa fiesta.

La luz y tu pelo, por alguna razón,  hacían que parecieras extranjera, aunque tú acento me lo desmentía.

Era un verano soleado y yo me lo pasaba gastando lo poco que tenía en aquel bar,  «El duende» se llamaba.

Me preguntaba donde te habrías gastado todas las risas y todas las lagrimas las cuales habían moldeado tu rostro de esa manera tan sexy.

De pronto empezó a llover, y todo el mundo se acercó al rincón de los ausentes, la única esquina que tenía un pequeño techo donde refugiarse. Yo seguía mirándote, y tú lo notabas, pero lejos de incomodarte, lejos de molestarte o incluso ruborizarte,  me lanzaste una sonrisa amable y me hiciste un mueca con tus ojos y hombros como diciéndome que se había chafado la fiesta.

La lluvia caía fuerte y de lado, y a pesar de estar refugiados, ésta conseguía mojarnos debido al viento de Levante.

Fue entonces cuando te acercaste más aún al rincón de los ausentes, a mí esquina, y percibí en tus ojos que querías decirme algo.

Lo hice, sin avisar ni pedir permiso te puse mi sobrero en tú cabeza y te dije que era perfecto para llevar con tú vestido, por un momento te quedaste callada, fueron unos segundos, para acto seguido sonreír. De pronto de tú boca salieron aquellas palabras.

Tu voz, no me la había imaginado, pensé que sería cruda y curtida por los años, pero no, de tú boca salió una voz tierna y dulce de la cual quedé a su entera disposición. Tú seguías hablando pero yo solo escuchaba el sonido de tus cuerdas vocales, el sonido de las palabras, y no las palabras en sí. Por un momento llegué a escucharte decirme tu nombre, pero me había quedado hechizado por el sonido de tú voz.

Paró de llover, yo miraba tus labios como un bobo los cuales  derrochaban dulzura. La fiesta terminaba, era hora de irse, y me quedé ahí plantado sin saber decirte nada.

En  un segundo te acercaste a mi boca y me diste un pequeño beso mientras dejabas el sombrero sobre mi cabeza, «Zian» me dijiste, «me llamo Zian».

Vinieron a buscarte y te perdiste entre la gente que caminaba lejos de aquel oscuro  rincón de los ausentes que se había transformado en luz con tu presencia.

Yo simplemente apunté tu nombre en mi memoria.

Después de eso jamás volví a saber de ti, ni de tú voz, ni de los matices de tus ojos y tus labios, simplemente te perdiste en el horizonte.

Zian, no se de donde eres, ni conozco a nadie que te pueda conocer, así que si por un casual leyeras estás palabras, te diré que me quedó pendiente invitarte a un trago y preguntarte cual era tu plan para los próximos 20 años, me quedó pendiente decirte que aunque fuera de pocas palabras, sin duda serían suficientes para llenarte los días aburridos, me quedó pendiente decirte que jamás había visto unos ojos más vivos que los tuyos, y que nunca había escuchado una voz más tierna y dulce, que si no te importaba, me gustaría dedicarte mis horas bajo un mismo techo en un encuentro futuro, hasta que la costumbre nos dejará por imposibles en las noches en las que te haría el amor de los amantes.

Me quedó pendiente preguntarte si te gustan los días cálidos, o en cambio prefieres un invierno arropada, preguntarte si habías encontrado algún lugar para recomenzar a vivir junto a alguien la experiencia y el sentir, preguntarte si hay alguién que te espera al salir del trabajo.

Me quedaron pendientes muchas cosas…

Si lees estas palabras, decirte que por alguna razón te quise sin apenas conocerte.

Morena, ojos verdes, piel blanca, 1’68 de estatura, y unos 37 años.

Zian se llama, o eso me dijo.

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