Se tenso el alambre de los incautos, ese que tanta piél resquebrajo, de sin papeles ambulantes que nunca supieron de la sed y el frío. Y cayeron las armaduras de los que en su tierra no los quieren, dejando a un lado el veneno de la inmundicia. Tal fue el estruendo de la sencillez que no era raro ver a pieles distintas besarse para colmo de todo aquél que nunca quiso ningún cambio. Y se abrieron horizontes en la espesa mente cuadrada de algunos poderosos, que con su tormentoso destino no hubo quién los salvara.
Ahora ya estamos mezclados entre la libre compañia y los amores etnicos, y no hay fuerza más bella que la diversidad recreada. Que vuelen las golondrinas tras la batalla infame, para cuando regreseen se sientan en viva paz.
Los muertos son el recuerdo de todo lo logrado que impulsa hacia adelante la voz de la empatía, que si bien es utopía el vivir honestamente, peor es este presente que condena a las mentes a base de Paliperidona, Zyprexa, Invega y otras drogas legales, cada cual más mortal para quién se sabe uno, qué resuelven con un nudo todo lo que se escapaba.
Emigrante de las sombras y del fiero mar, en jaulas que los llevan hacia su destino capaces de todo y más. Y más.
Utopía la mañana cuando te sientes morir de madrugada, pero nunca fue tan clara como las miradas limpias que todos esos seres nos traen para errojecernos por nuestro egoismo y en definitiva miedo.
Salvar se salva uno, pero asesinar lo hace otro. No se trata de un suicidio colectivo en masa social, si no de un derecho a la vida allí, aquí y en cualquiera de las tierras que un hombre pueda pisar.
Frios Azulejos en los reflejos de los inviernos en casas calientes.