MELODIAS DE UN SUEÑO FURTIVO

CAPITULO 1 – ZACK

《putos ruidos》

Se fugó sin pensarlo, como se fugan los amantes, decidió no mirar atrás en toda la fuga, ya tendría tiempo de recordar más adelante. Mientras corría no pensaba en nada, cosa extraña, ya que si algo había hecho en los últimos días, meses, y puede que años, era pensar. Las calles eran oscuras, llenas de sombras tan visibles como luces de luciérnaga, de repente escuchó un sonido, acababa de golpear un pequeño llavero de metal con la punta de uno de sus zapatos se detuvo y lo recogió, en el había una inscripción que decía… «Nahia». En ése momento no le dio ninguna importancia, pero ése llavero, ésa palabra o nombre, le acompañaría en su fuga hacia adelante.


No huía de nada, simplemente cambiaba de lugar, dejando atrás lo que ya no amaba, era el momento perfecto para renunciar a lo vivido, a lo conseguido, a lo poseído, y renacer en un posible presente. Ya no corría, solo caminaba, necesitaba dormir, necesitaba un lugar donde dormir, y apenas tenía 10€ y el llavero de metal que acababa de encontrar. Entonces le vino a la mente un local abandonado a las afueras de la ciudad en el que años atras, había tocado su hoy vieja guitarra, cuando llegó al lugar observó que una de las tablillas que cerraba una de las ventanas estaba rota, haciendo un poco de esfuerzo rompió la madera y entró. Era un lugar húmedo y sombrío, lleno de pasado y soledad, la verdad es que no era un lugar agradable, ni por el espacio en si, ni por los recuerdos que el propio local le generaban, aún así no tenía otra opción, pasaría allí la noche. Acurrucado en la que parecía la esquina menos húmeda del local, entre viejos archivadores de lo que un día fue la bodega/oficina de un pequeño bar de copas, se fijó en un cartel que decía, «el querer no tiene limites». Por alguna misteriosa razón algo le estaba hablando, primero el llavero con la inscripción de la palabra «Nahia» (que bien sabía él que su significado era «el querer»), y ahora ése cartel con ésa frase, «el querer no tiene limites», se quedó pensando en la misteriosa casualidad, pero estaba demasiado cansado para jugar a los acertijos. Zack (ése era su apodo) cerro los ojos y en seguida se durmió, con la esperanza de que al día siguiente sus pasos le llevarían hacia un verdadero despertar.

 

A la mañana siguiente despertó con los huesos entumecidos y hambriento, el sol entraba por los huecos que había entre las maderas que tapaban las ventanas, aquel local le pareció aún más siniestro con algo de luz que sin ella, tenía hambre, mucha hambre, así que dejaría para otro momento Silenciola inspección de su refugio. Salió por donde había entrado y caminó en busca de un bar donde comerse un bocadillo, en las calles se podían ver mimos, trapecistas y músicos que alegraban las aceras de ésa pequeña ciudad, sintió el deseo de ir dando algo de dinero a cada uno de ellos, pero apenas tenía para alimentarse. A lo lejos vio un cartel de un bar que ponía » Bocadillos», sin pensárselo dos veces se dirigió a él y pidió su bocata favorito.

– Cuanto es?
– 3’50€ por ser tu.

¿Por ser yo? pensó … si no se conocían de nada, sería una frase hecha que utilizaría a menudo el camarero. No era ningún sibarita en cuanto a cuestiones alimenticias, aunque si en otras cuestiones del alma. Después de comer pensó en que todavía nadie le habría echado en falta, ya que por su forma bohemia de vivir podían pasar días sin que nadie supiera nada de él, eso le daba tiempo, tiempo que necesitaba. Salió del bar y cruzó la esquina, allí se encontró con una señora de unos 70 años con trapos húmedos en la cabeza y periódicos en los zapatos, que tocaba un viejo xilófono, a Zack le sorprendió que una persona de tan avanzada edad estuviera tocando en la calle pidiendo unas monedas, del xilofono salía una melodía que le resultaba familiar, pero… que no lograba recordar. *Pararin toran tiren pararen tiron*,  ¿de que conocía esa melodía?, de pronto la señora paró de tocar y se le quedo mirando fijamente a los ojos, esa mirada turbó a Zack que con un movimiento rápido dejó caer unas monedas y se dio la vuelta alejándose de allí, de repente la señora pegó un grito.

– Zack!!!, el querer no tiene limites, tu si!!

En ése momento recordó, la melodía que tocaba la señora era la que solía tocar hace muchos años en el viejo bar de copas ahora abandonado. ¿Quien era aquella señora? ¿Porque le perseguía la palabra Nahia (el querer)? ¿Y el llavero? ¿Y el cartel del local?, parecían casualidades al las que sus propios pasos le habían conducido, en cualquier caso, todo eran preguntas en el viento de su mente que todavía no podía responder, y tenía que salir de ésa ciudad, tenía que salir ya, antes de que se dieran cuenta. En ese momento algo recorrió todo su cuerpo desde los pies a la cabeza, el valor para responder todas y cada una de las  preguntas lo invadió, antes de irse tenía que descubrirlo, así que, se acercó a la anciana del xilófono y le pregunto que quien era ella, de que conocía ésa melodía.

+ Soy una vieja xilofonista que te conoce, la melodía me la regalo un amigo de otro tiempo que trabajaba en un bar de copas no muy lejos de aquí.

– ¿De que me conoce usted?

+ Solo te diré una cosa Zack, ríete si quieres de tu pasado, pero nunca te rías de tú futuro, nunca sabes que es lo que te acontece, y en cambio hay cosas que si que te pasarán seguro, entre otras cosas te saldrán arrugas, nunca te rias de las arrugas.

Zack no entendía nada…

-¿Acaso puedo saber yo mi futuro? Lo más que puedo saber es que mañana saldrá el sol.

+Te equivocas – dijo la anciana, – también puedes saber que será diferente a tu pasado, y te puedo decir que allá donde vas  encontraras una pizca de lo que te hace querer ir.

– Pero si no se a donde voy, simplemente he de cambiar de lugar, ademas, ya es tarde, me verán, necesito refugiarme.

+ Recuerda Zack, no siempre lo que se ve es real, nunca abandones tu querer, aun teniendo limites, es más que suficiente para llegar al otro extremo de la realidad. ¡¡Mira detras tuyo!!

Zack se dio la vuelta, de la nada apareció un hombre con sombrero gris, su cara era alargada, le resultaba familiar, portaba en su mano un documento, el hombre lo miró como quien mira a un maniquí con bermudas y se lo entregó. Tan pronto se lo dió salio corriendo, como asustado, como si hubiera hecho algo que no debería haber hecho. Zack abrió el documento como quien abre los ojos después de haber fumado mucho hachis, como si los hubiera tenido cerrados durante horas, en el interior había un folio con una frase…

«Nunca dejes de mirar el horizonte ni por un querer».

Se hecho a llorar, se derrumbó, los recuerdos le abrasaron la mente y comprendió que es lo que le estaba pasando, en su memoria tenía olvidado una brisa cercana que descuidó en los raíles de una vieja tormenta, un algo que lo marcó e hizo que dejara de mirar el horizonte, algo que pasó cuando tenia 27 años. Con la cara llena de lagrimas decidió que esa misma noche emprendería un viaje a escondidas, en tren, hacia Marsella, allí comenzaba su descuidada brisa olvidada y, desde allí seguro se vería mejor el horizonte, lo sabía de sobra, en Marsella olvido dejar de recordar…

 

El disfraz resulto ser el adecuado para esta velada dijo la azafata, se ve que los asuntos turbios de la mente son del agrado de los viajeros de éste tren, puede que durmiendo logre olvidar un día raro pensó Zack, el postre estaba delicioso comento la señora Garmendia, excelente elección dijo el camarero. Zack no soportaba la conversación, ni siquiera habiendo sido invitado.

– ¿A donde vas querido?

Lejos de ti pensó Zack. – A dormir dijo. Gracias por la cena, el viaje será largo, y quien sabe que es lo que me espera, o lo que busco.

Lo despertó el revisor del tren a las 9:00 AM

– No se preocupe, yo pagaré su billete – dijo la señora Garmendia. El revisor accedió.

+ Muchas gracias señora, pero no podre devolverle el dinero.

– Lo se Zack, no es ningún problema. Se de ti hace mucho tiempo.

+ ¿Que quieres decir?

– Lo mejor será que sigas durmiendo. Yo solo estaba aquí para invitarte a cenar y pagar tu billete, el resto es cosa tuya.

Se dió la vuelta e intentó dormir de nuevo con la tranquilidad de que no lo echarían del tren, pero inquieto por las palabras de la señora Garmendia.

Esta vez el ruido de unos niños que merodeaban y corrían por el tren lo despertó, eran casi las 3 de la tarde y la señora Garmendia no estaba, la buscó por la cafetería pero nada, preguntó al camarero y éste le dijo que le había dejado una nota.

«Atrévete a escuchar los sonidos del viento que trae del silencio un mensaje directo»

– ¿Que cojones quiere decir con eso?

《Señores pasajeros, próxima estación Marsella…》

 

Bien descansado, por fin estaba en su destino. Lo cierto es que estaba hasta los cojones de señales, notas, acertijos y demás historias. Llegó a un parque cercano a la estación y simplemente se sentó en un banco a observar. Nada, no sentía nada, nadie se le acercaba ni le invadía su soledad para que se diera cuenta de nada.

Silencio…》

《Es buen momento para contarte de que huía… Sí, a ti, a quien sino.
Huía de los relojes, de los horarios, del calendario, también de su gente que lo obligaba a respirar a la vez, del como todos y del conformarse, del «es lo que hay», de las miradas cómplices y del que te veo y yo a ti también, huía de la realidad molesta pegados al asfalto, del «que buen día hace hoy» y del ¿te has enterado?. Y huía de los ruidos de su cabeza al soportar semejante club de chistes…》

«Por lo menos aquí no entiendo el idioma, al fin y al cabo, es mas fácil vivir sin mi que morir conmigo… !!PUTOS RUIDOS!!» – Pensó.

 

 

《Pintor de charcos》

Pascal es un tío raro, pero sabe disimular su rareza, lo mismo te pinta charcos que disfruta de una salida al monte con los amigos. Cuando pinta charcos no lo ves, en cambio de repente está en todas las salsas. Ese día tocaba escapada al monte con los amigos, buena comida y buena compañía, nada podía fallar. Sara hace tiempo que le viene rondando, pero él hace que no se da cuenta. La razón es que ama demasiado a sus charcos, o eso dice, en realidad los dos sabías cual era la verdadera razón.
Una parrilla a tope de carne mientras beben unas cervezas. A Pascal le encantaban esos momentos, pero siempre se acordaba de que su amigo Zack no estuviera allí. Yune se aburría con Arkaitz, este no hacía otra cosa que beber cerveza y estar tirado a la bartola, Yune era un buena madre, pero echaba de menos sus viejos momentos de música y drogas, Akaitz en cambio jamas probó ninguna, con el alcohol le bastaba. Sara seguía mirando a Pascal mientras esté contaba una de sus historias de libertad, el tiempo pasaba rápido en aquel domingo.

Pascal – ¿No creeis que un segundo sin recuerdos vale más que horas del mejor sexo a lo bestia?

Yune – ¿Me estas diciendo que prefieres no pensar un segundo antes que echar un polvazo?

Pascal – Mas o menos si, eso es lo que quiero decir.

Arkaitz – Como se nota que no has echado un buen polvo en tu vida.

Pascal – Puede que sea éso, o puede que para ti pensar sea algo desconocido.

Yune – La verdad es que yo me quedo con el polvazo, pero mi marido no es el indicado para hablar de ello.

Sara – jajajajaja ¿Como te has quedado Arkaitz? Lo mismo ni piensas ni follas bien.

Arkaitz – Eso lo dicen porque no saben disfrutar de la vida, mirame, aquí tirado tomándome una cervecita al sol.

Yune – Eso si lo haces bien si.

Pascal – Lo que intento deciros es que sería todo más fácil a veces sin recuerdos.

Sara – Sin recuerdos quien serias, además estoy dispuesta a crear ahora mismo futuros recuerdos entre tú y yo. Pascal sabía lo que Sara quería decir.

 Arkaitz  – Pues yo creo que con el pedo que me estoy cogiendo no recordaré nada.

Yune – En tu linea.

Los 4 se echaron a reír.


Los niños jugaban no muy lejos de allí, los de Yune y Arkaitz y la niña de Sara.

– Esos si que saben vivir – dijo Pascal.

La carne ya estaba en su punto, la cuidaba bien Andrés, el cocinillas del grupo. Andrés no hablaba mucho, se limitaba a la difícil tarea de que a nadie le faltara de nada.

– Vamos!! que esto ya está – dijo.

La carne estaba en su punto, como siempre.

Ahí estaban, como si mañana no fuera lunes y no tuviera Andrés que ir a arreglar tubos (era fontanero), ni Yune a la frutería, ni Sara a la residencia de ancianos, ni Pascal a…bueno, Pascal vivía de sus charcos a duras penas, Arkaitz estaba en paro desde hace año y medio, pero en realidad era mecánico.

La verdad es que no hablaron mucho mientras comían, solo los niños pegaban algún grito de vez en cuando. Después de comer a Yune se le ocurrió la idea de sacar unas fotos, Arkaitz ya estaba de nuevo tirado y, ésta vez roncando.

– Poneos juntos – dijo Yune.

+ Espera pongámonos al lado de Arkaitz  dijo Pascal.

Andrés, Sara, Pascal y los niños se tumbaron y empezaron a hacer muecas cerca de la cara de Arkaitz que dormía como un lirón.

Yune – Ahi va eh «CLICK CLICK CLICK CLICK»

Pascal + Espera ahora ponte tu.

Yune – No mejor no, han salido muy bien.

Sabían que el tiempo pasaba por el color del cielo, y eso era lo que precisamente hacía que Yune no quisiera salir nunca en las fotos. El tiempo. La niña de Sara, Nora, se había tropezado y tenía unos arañazos en los brazos.

– Eso no es nada – dijo Andrés, – para mañana como nueva.

Sara sonrió.

La tarde empezaba a oscurecer.

– Oye ¿sabeis algo de Zack? – preguntó Pascal.

– Ni idea – respondió Sara.

– Yo hace días que no le veo – dijo Yune.

Arkaitz abrió un ojo y dijo.

– Lo mismo está buscando señales como siempre.

– Estará durmiendo – dijo Andres.

– Yo creo que ultimamente no está bien – dijo Sara

– Que novedad – dijo Arkaitz.

Pascal – Mañana iré a verle sin falta.

La noche se estaba echando encima, así que decidieron empezar a recoger las cosas. El domingo llegaba a su fin y Pascal ya estaba pensando en su próximo charco, lo empezaría ésa misma noche, y por la mañana llevaría el anterior que ya estaba terminado a casa del señor Morris, un americano instalado a las afueras que gustaba del Arte de Pascal.

Difícil la vida de un charco expuesto al sol. No eran simples charcos, eran la complicidad de un ser encerrado en la simple emoción de querer expresar en ellos. ¿A quien se le ocurre pintar charcos?, ¿Como coño se pinta un charco?,Pascal lo hacía, ese era su gran secreto, un charco inmóvil en el tiempo. Se metieron en los coches con la promesa de otro encuentro más pronto que tarde.

 

 

Pincel en mano, y con su secreta mezcla de pintura, agua y vete tu a saber qué, Pascal iba dando pinceladas al lienzo, los colores se mezclaban formando en principio un nubarrón que poco a poco se iba convirtiendo en una forma ovalada de un color grisáceo, de pronto se detuvo y tomó la decisión de crear un charco que no fuera redondo ni ovalado ésta vez. Las decisiones forman parte de la creación. El charco comenzó a volverse rojizo, como si estuviera formado por sangre, Pascal estaba en ése momento en el que su mano y su mente se fusionaban y hacían sentir a su todavía ser sensible, los trazos eran cada vez más violentos y el charco ya tenía su propio movimiento, la pintura se deslizaba en círculos dejando a su paso retales de sangre dulce, Pascal cambiaba de pincel según la pintura se deslizaba por el lienzo, estaba en pleno éxtasis creativo cuando… de pronto… Sonó el timbre. Era Sara.

– Vengo a echar un polvo en el que dejes de pensar en un buen rato. ¿Que te parece?. Así dejas de pensar y follas a la vez. Dos por uno.

A Pascal le dio la risa y, la verdad, aunque inmerso todavía en el charco sangriento, pensó que era una buena oferta si no fuera por…

– Lo mismo paso mucho tiempo sin pensar – dijo.

– Venga venga – dijo Sara. – Ya  sera para menos

Los dos se echaron a reír.

– En realidad venía a hablarte de Zack, no está en casa o no quiere abrir, lo extraño es que llamo a su móvil y suena dentro de casa.

+ Estará dormido, 0asaré por la mañana a verle.

– No se, me huelo algo raro.

+ Espera que le llamo a ver si coge.

Nada, nadie contestaba al otro lado del teléfono.

+ Esperaremos a mañana – dijo Pascal. Lo más seguro es que esté dormido.

– Como quieras pero estoy algo preocupada.

+ Ya sabes como es Zack, nunca se sabe donde puede estar.

– De acuerdo, ¿entonces? ¿Que hay de mi oferta?

+ Sara, sabes perfectamente que…

– Lo se, era por si te pillaba desprevenido.

Lo de ser gay no es solo una cuestión sexual, eso está claro. La cercanía en cuanto a formas de comprender las cosas tienen mucho que ver, digamos que los hombres y las mujeres, lejos de hacer una diferencia en cuanto a personas, tienen diferentes maneras de pensar y de afrontar las situaciones. Y el sexo claro, eso también.

+ De todas formas es tarde ya, puedes quedarte a dormir y mañana vamos a ver juntos a Zack.

– Acepto la oferta, prometo no molestar.

+ Tu nunca molestas dijo Pascal, estaba en medio de un charco que puede esperar. Sacaré unas copas de vino.

– ¡¡Estupendo!!

Aun así a Sara le brillaban los ojos cada vez que Pascal la miraba.

 

《Paulette》

Zack llevaba unas horas sentado en el banco inmerso en el silencio. La responsabilidad de haber dejado todo en pausa lo empezaba a molestar, pero no tenía pensado echarse atrás. Se levantó y busco un bar donde tomarse algo con las pocas monedas que le quedaban, «La Cerque Rougle». Éste mismo pensó.

– one beer please

+ ¿une bière?

– yes

No tenía ni puta idea de ingles, apenas unas palabras, y mucho menos de francés. El camarero le sacó la cerveza con su posavasos incluido, ahí se iban las pocas monedas que le quedaban. La música no estaba mal, era un blues bastante común. Tenía que encontrar a Paula,  el diminutivo en frances era Paulette, el significado del nombre era «Pequeña humilde». Estaba observando a los clientes del bar cuando uno de ellos le llamo la atención, era un hombre de unos 50 años bebiéndose un whisky, lo que le llamo la atención fueron sus uñas de la mano derecha mientras sujetaba el vaso, solo las tenía en la derecha, en la izquierda bien recortadas, sin duda tocaba la guitarra. Se quedó observándolo, para cuando pego un trago se dió cuenta que él lo estaba mirando también. El hombre se levantó en dirección a su taburete, Zack apartó la mirada y se hizo el loco.

– ¿Que le parecería si está noche se tocara unas improvisaciones con el pianista del bar?. Seguro que el dueño le invita a cenar y beber unas cervezas.

+ ¿Como? Dijo Zack. ¿Acaso sabe que toco algún instrumento? No se quien es usted pero tampoco tengo la intención de saberlo, ademas aún en el caso de que supiera tocar algo, no veo más que un piano aquí.

– Usted siempre tan testarudo. Venga hombre, el instrumento no es problema, yo mismo le dejaré una guitarra, será divertido, por otra parte no creo que tenga muchas opciones.

+ ¿De que me conoce usted y porque sabe que toco la guitarra?

– Es una gran casualidad amigo, se de usted por una noche de alcohol y música que tuvimos hace por lo menos 10 años en el bar «The Shamrock», a unos kilómetros de aquí, esa noche estuviste grandioso amigo, Y, a parte, para un guitarrista, sus uñas lo delatan. Te acompañaba una mujer al violín que aparte de que toca estupendamente es bien guapa.

+ ¿Sabes donde puedo encontrar a ésa mujer?

+ Suele tocar en el centro, te llevaré hasta allí si aceptas mi oferta.

– Esta bien, espero que tenga algún sentido todo ésto.

+ Lo tendrá si sigues moviendo los dedos como lo hacías

– Eso ya es cosa mía., te prometo que no saldré corriendo.

+ Esta bien, nos vemos a las diez.

– Espera!! ¿ como te llamas?

+ Eso es lo de menos, lo importante es que yo traiga la guitarra y tu estés aquí a las diez para tocarla.

– Aquí estaré, recuerda lo acordado.

Antes de irse el extraño individuo le dejó pagada una cerveza. A Zack ya no le sorprendía que alguien desconocido le reconociera, aunque todavía no sabía el motivo por el cual tantas personas le estaban «ayudando» en su búsqueda. En éste caso por lo menos el hombre de uñas largas le había dicho de qué le conocía, cosa que los demás no lo habían hecho. Pasó grandes noches por diferentes bares de ésta ciudad, lo que era extraño es que ése tío conociera a Paula, está claro que ella ha seguido moviéndose por aquí con su violín. La idea de tocar no le incomodaba, siempre y cuando Paula no estuviera presente, además, ¿que otra cosa podía hacer para ganarse una cena?, ni siquiera había comido, pero la verdad es que la cena de anoche con la señora Garmendia lo había saciado.


Eran las 19:00 todavía, pidió la cerveza que tenía pagada y se dedicó a mirar al frente sentado en la barra, de pronto la música cambió de registro bruscamente. *Pararin toran tiren pararen tiron* !Otra vez esa melodía!. Ni siquiera preguntó al camarero nada, no quería saber nada, solo quería dejar pasar el tiempo.

<Es curioso como beben los franceses, con esos chupitos en los que la cantidad exacta sale directamente de la botella, ni una gota más, ni una menos.>

Por que no engraso los ejes, me llaman abandonado.
Porque no engraso los ejes, me llaman abandonado.
Si a mí me gusta que suenen, para que los quiero engrasados.
Si a mi me gusta que suenen, para que los quiero engrasados.

Pensó que por lo menos debería haberse traído el móvil, así podría avisar a Pascal y éste a los demás, simplemente para decirle que todo iba bien, que había tenido que salir corriendo en busca de Paula. A Pascal no le habría gustado nada ésa idea, ya que sabía muy bien que todos los problemas de salud le empezaron a raíz de ésa relación, lo demás fue un dejarse llevar hasta terminar sumido en las drogas y medio loco, aunque la verdad que ya se drogaba de antes. Pascal pensaría que una vez más las paranoias habían hecho que se escapara de allí, pero el sabía perfectamente lo que había sucedido, demasiadas casualidades al rededor del nombre «Nahia», demasiadas personas que le habían advertido sobre «el querer» y el horizonte, en realidad todo empezó con el camarero del bar, y de ahí pasando por la vieja del xilófono, el tren, hasta llegar al hombre de las uñas largas. Pensaba que en Marsella estaría a salvo, que iluso, es aquí donde estaba el peligro.

Empezaba a sentirse observado en el bar, cosa que no era real, miró el reloj, eran las 19:30. decidió salir y darse una vuelta. Estaba siendo un día aburrido, casi tanto como éste capitulo…

Se puso a caminar sin dirección, otro día más que se estaba yendo.
En realidad no le apetecía nada tocar ésa noche, y tampoco estaba preparado del todo para ver hoy mismo a Paula. ¡A la mierda!


Caminó hasta llegar de nuevo a la estación del tren, no se le ocurría un lugar mejor para dormir. Estaba oscureciendo y no había mucho movimiento en la estación, las palabras se le mezclaban en su mente, tenía la manía de repasar el día en palabras cuando llegaba la noche, por eso siempre se acordaba de todo, ése ejercicio hacía que tuviera muy buena memoria.

*Estoy seguro, estoy seguro, hoy no iré a tocar y mucho menos a encontrarme con Paula, ¡Que les jodan! ¡Pero que cojones estoy haciendo aquí! ¡Otro día en el que rendirme sin sacar nada en claro! ¡Joder!*

De ésa forma iba agotando su mente y llegaba a un estado en el que por fin podía cerrar los ojos y no pensar en nada.

<Banco de la estación, tirado, sin dinero, sin móvil, sin saber que hacer al día siguiente>.

En realidad solo tenía que concentrarse en dormir, no era muy tarde.

– Ya se me ha pegado el horario gabacho – murmuró

Las 21:20, ahí va Zack decidido, no podía dormir, contradictorio como siempre decidió ir a tocarse unas notas a  «La Cerque Rougle». No había mucha gente, el hombre de uñas largas lo esperaba.

– Empezaba a pensar que te habías echado atrás.

+ ¿Te dije que vendría no?

– Eso dijiste si.

+ Pues vamos a ello.

– Espera, el pianista aún no ha llegado.

+ Empezaré sin él.

– ¡¡Estupendo!!

Guitarra en mano, una Les Paul del 68, se plantó en el pequeño escenario y…

*Pararin toran tiren pararen tiron*

El público seguía a lo suyo.

*Pararin toran tiren pararen tiron taren toran tiron daren darin doreran*

El «niño» inconformista estaba tocando, nadie le prestaba atención, tan solo una señora de unos 80 años se le acerco y le ofreció 1€, ¡1€! para que dejara de tocar de inmediato ya que tenía una conferencia al teléfono con Sídney. *La madre que la parió a la vieja pensó.* Por supuesto, no dejo de tocar, ni en ése momento ni…en casi toda la noche.

 

CAPITULO 2 – IRBIN

<Reflejo>

Irbin estaba pletórica ésa mañana la noticia no había podido ser mejor, actuaría ante 10.000 personas en la inauguración del nuevo auditorio. La danza era su vida, la amaba tanto que apenas tenía tiempo para más. Lo que Irbin no sabía es que esa noche se encontraría con una emoción que no esperaba. Irbin tenía mucha luz en su rostro, supongo que la danza había ido moldeando su alma, era coqueta, extrovertida y, con esa alegría que algunas mujeres llevan de serie, tenía 34 años y estaba de muy buen ver. se había pasado la vida bailando danza clásica contemporanea. Irbin era un encanto de mujer con un pequeño complejo de «Amelie». Tuvo suerte, ya que con 16 años un primo le dió la oportunidad de ir a estudiar a Boston, allí tuvo que ir superándose a si misma a la vez que trabajaba de camarera en un restaurante, con el tiempo, tanto su técnica como su pasión hicieron que destacara entre los alumnos de la academia, tras unos años actuando en diferentes obras, no del todo reconocidas, se traslado de nuevo a España para, en cualquier caso, dar clases de todo lo que había aprendido. Eso no era lo que realmente quería, pero esperaba paciente el día en el que le llamaran para una gran obra clásica y formar parte de un reconocido Ballet. Pues ese día había llegado, en dos semanas actuaría ante 10.000 personas en la obra «Las pequeñas cosas del cielo» dirigida por Jusep Bregans (Conocido en toda Europa) y con el coreógrafo Isac Kirinosh. Irbin estaba atacadisima, nerviosa perdida, la sonrisa se le escapaba sin querer mientras se tomaba el café con tostadas y zumo de todos los días. Solo pensaba en ensayar, así que cogió sus cosas y salio por la puerta rumbo a la academia. Lo que menos esperaba ella era encontrarse con Kike por el camino, éste le invitó a tomarse algo con él. Ya habría tiempo de ensayar, ademas, estaba sobradamente preparada.

–  ¿que haces por aquí Kike? Hace tiempo que no te veo.

+ Si te lo cuento no me vas a creer, así que mejor disfrutemos del aperitivo.

– ¿Que quieres decir?

+ Solo te diré que lo mejor es que no aceptes esa actuación en el nuevo auditorio. Te encontraras con algo para lo que no estas preparada.

-Llevo años esperando una oportunidad así,  ¿Que tonteria estas diciendo?, por supuesto que estaré allí.

+ Imaginaba esa respuesta Irbin, como tu veas, pero cuando ni siquiera allá pasado el primer acto, algo…déjalo.

– Mira Kike, nos conocemos desde hace mucho tiempo, y tanto tu como yo sabemos de tu tendencia a la paranoia, así que haz el favor y dejar de decirme tonterías, bailaré en el nuevo auditorio y no se hable más.

Kike encogió los hombros y tomo un trago.

– Se me hace tarde – dijo Irbin, – espero verte otro día. Cuídate.

Faltaba 2 semanas para el gran día, y ni Kike ni nadie le iba a echar atrás.

CONTINUARÁ…

https://youtu.be/4SMZ1EuVe1Q

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CAPITULO 3 – Se cierra el telón

《Sangre》

Se derrumbo, completamente, como se derrumban los edificios cuando los derriban, cayó con todo el peso de su cuerpo sobre la madera, pareció que había caído un gigante con toda su armadura. Ella dijo que nunca había visto a Zack desplomarse en  un concierto. Primero su mirada se volvió turbia, y sus hombros cayeron sin apenas fuerza arrastrando a sus brazos que intentaban sostener la firmeza en el escenario, acto seguido la guitarra se le escapo de las manos y l correa cedió, cayendo hacía el suelo soltando un sonido desagradable por los bafles del local, Zack se quedó unos segundo con la mirada al frente, mirando al público, como desafiándolo,  que lo cierto es que de nos ser por el sonido estridente  que produjo la guitarra al caer no se habrían dado cuenta de nada, ya que nadie lo miró en toda la noche, Zack se balanceó por un momento y cayó bruscamente en el escenario, intento mantenerse en pie pero sus piernas no aguantaron, y ahí, en la madera, quedó su cuerpo sin fuerza, en una posición antinatural, con los brazos doblados para arriba y sus piernas totalmente abiertas y separadas, la cabeza golpeó el suelo, y la sangre empezó a fluir en una de sus orejas. El público miraba sorprendido, pero pasaron unos minutos en los que nadie se movió,  hasta que una mujer se le acerco y le susurro algo al oído, de pronto Zack abrió los ojos y se tocó la oreja izquierda con su mano derecha, la sangre no cesaba, pero recuperó las fuerzas suficientes para lograr mover sus piernas y acurrucarse de rodillas hasta lograr levantarse. Poco después  “El hombre de las uñas largas” se acercó a el y le digo.

– Cumplí mí promesa, la mujer que te despertó del golpe era Paula, me dijo que le había gustado mucho el concierto.

+ ¿Donde está? – dijo Zack

– Dijo que tenía que irse a donde los pájaros no cesan y las montañas cubren su lamento. Dijo que tú sabrías encontrar ése lugar.

+Se donde está – Dijo Zack

– Por cierto, ¿Que te ha susurrado al oído? – Pregunto “Uñas largas”

+ Que no siga aquí tirado como un mediocre, que era hora de saltar hacia el querer que me trajo aquí?

– ¿Y eso te despertó? – Dijo “Uñas largas”

+ Su voz, fue su voz la que me despertó.

–  ¿Su voz?… Ponte esté paño húmedo en el oído, creo que deberías ir a urgencias a que te hagan un chequeo.

+ Estoy bien, el oído me sangra a menudo debido a la presión arterial, en unos minutos dejará de sangrar. He de irme, gracias por traerla hacia mí .

– Es fácil encontrarla en un garito que hay a unos 3 kilometros de aquí, – Dijo Uñas largas.

+Ya no pasará por allí, no si ha vuelto a ése lugar.

– Esta bién, toma, el dueño del bar me dió esto para tí, te lo has ganado.

Zack salió del bar ante la mirada atónita de la clientela que había cesado por un momento de crear ése murmullo de voces confusas en las que no se entendía nada. Salió del bar y caminó hacía la estación del tren. Allí se tumbo en el mismo banco y esperó a la mañana para regresar.

Tenía que encontrar a Paula, llegar a ése lugar, y para ello debía coger un tren hacia San Sebastián, descansar unos días en su casa, avisar a Pascal de lo sucedido, y emprender un largo viaje hacia las montañas de Suiza. Se quedó dormido en seguida bajo el manto de un cielo estrellado, estaba agotado, por eso no le costó  nada conciliar el sueño. Debía regresar y descansar debidamente. Tal vez con suerte tenga un tren a primera hora. Los arboles parecian proteger a Zack, que dormía agotado en el banco del parque de la estación.

《El desierto de la noche se hizo viento en la mente de Zack, y en ese momento soñó con no haber nacido. En el sueño las uñas se le quebraban de tanto fumar, y el sonido de su guitarra lo empezaba a notar. De pronto dejó de tocar y se fué hacía la orilla. A lo lejos vió las luces de un velero que transitaba la bahía, y quiso acercarse para quizá unirse a la fiesta que allí se obserbaba. El recuerdo de Paula le recorria la mirada, y en ese momento echó de menos la ternura de sus labios. Estaba completamente solo en una ciudad que ya no lo reconocía, y de prontó… despertó de golpe.》


El tren vino a las 7:35, y para esa hora Zack ya llevaba despierto una hora. Sin pensarlo se subió y se acomodó en uno de los vagones en los que pudiera ser que encontrara a la Serñorita Garmendia. Miró un poco hacía todas direcciones pero no consiguió encontrarla. La Señorita Garmendía pasaba sus horas entre Marsella y la ciudad que lo vió nacer, ya que se dedicaba a mantener el orden en los pasillos de los trenes que viajaban hacia ambas ciudades. Era una especie de policía pero sin la autoridad suficiente como para arrestar a nadie. Apenas había dormido unas horas, asi que posó su cabeza en el respaldo del asiento y volvió a quedarse dormido. El viaje duraba unas 5 horas, tenía tiempo siempre y cuando no llegara el revisor.

A las 9:58 alguien le desperto.

  • Su billete por favor
  • Disculpe lo he debido perder
  • Entonces deberá abandonar el tren en la próxima estación
  • Pero…

En ese momento se acerco por detras una mano que llevaba entre sus dedos un billete.

  • Lo encontré cerca de aquí, seguramente será el suyo Señor Zack
  • Oh, mmm, si claro, muchas gracias.

Nuevamente la Señora Garmendia había llegado a tiempo para salvarle.

  • Señor Zack, debe usted acostumbrarse a coger el billete cuando viaje, sino tendré que velar por usted en todo momento.
  • Entiendo Señora Garmendia, pero esta vez tengo con que pagarle, saqué algo de dinero tocando en Marsella.
  • No es necesario Zack, guardelo para otra ocasión, le apetece un café.
  • Que sea un Whisky si puede ser.
  • Por supuesto

Ambos caminaron a traves del vagón en dirección a la cafetería, pasarón lo menos 2 horas hablando sobre el concierto de la noche anterior, hasta que de pronto la Señora Garmendia le dijo que debía bajarse en la siguiente estación, que había sido una charla agradable y que esperaba verle en otro momento en otro día. Zack saboreó cada trago de Whisky, era el cuarto ya desde que se sentará con la Señora Garmendia, así se le pasaron las horas hasta caer nuevamente dormido sobre la mesa de la cafetería.

A las 12:40 escuchó el nombre de su estación y se bajó en la misma. Era hora de llegar a casa y empezar en la rutina. Una vez más su mente le había llevado hasta Marsella en busca de Paula, pero, como otras veces, no logró encontrarla.



Alguien toco el timbre de su casa, observó por la mirilla, eran Pascal y Sara, Zack abrió la puerta a pesar de estar agotado. Pascal y Sara lo miraron como si estuvieran viendo a un fantasma.

– ¿Tan mala pinta tengo?

+ No es eso, dijo Pascal, es que llevamos llamandote por telefono toda la noche.

– Estaba dormido – mintió Zack, pasar, calentaré café


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