Ni brasas ni cadenas

Y hoy, ya desecho, en éste retorno a los lugares que no habitas, me doy cuenta de que nunca te importo nada más que tu propio bienestar. Ese que se nutre de una buena comida y de azules piscinas preconcebidas para la llegada de un verano en el que dudo te importe mi existencia.

Y como ya no vivo de tu compresión, sé que aunque gozara de una buena  mansión, tus ojos jamás me mirarán ni una sola vez con cierta profundidad.

Lejos de esa manera miserable que tienes aprendida para ganarte la vida y ser mantenida por un impostor de otro tiempo.

Tuvo que acabar antes de lo previsto,  aunque insisto que llegará el día en el que la palabra perdón te ronde por ésa fría cabeza.

«Que sería el primero en disfrutar de tu alegría.» Una vez más mentiras sin piedad alguna.

Y es que a veces uno debe ser egoísta y no dejar que lo que un día fuimos le confunda para intentar e insitir en lo que en realidad hoy ya no somos.

Ni siquiera eres capaz de mirarme sin esas gafas de sol que te nutren de vanidad y cobardía aprendida de un mal león caduco.

Esperaré a los asuntos turbios que llegarán tras la venganza de los ruiseñores.

Mal de amores impresos en color gris del Jueves que no vieniste.

Olvidaré que nunca fuiste realmente tú conmigo, y que quién eres ahora lo regalas por cuatro robadas camisetas a un buen precio.

Diosa enfermiza que nunca vi realmente.

Decadente y consciente del amor mísero.

Vendedora de un falso cariño que no abraza.

Azafata de vuelos baratos y risas tontas fingidas.

Resuelta queda la condena de por vida vivida.

Ni brasas ni cadenas en nuestras indolentes formas de despedirnos y por supuesto de aburrirnos.

Sencillamente…aburrimos.

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