Nos quedan tan solo unas cuantas miserias en los bolsillos, de familias que esconden esa nada que nunca se dice. Y pasaron los años tras la ventana, días y noches de terca soledad, como cuando uno ya se viste solo, tras esos calcetines viejos que nunca se fueron.
Por eso nada nuevo acontece, ya que nada viejo se tiró por la borda, entre mareas de silencio y vómitos desesperados de palabras enredadas en el estomago. Quisieron en el enjambre que ninguno se escapara, y es cierto que nos ataron con fuerza, nos ataron a esa manía de permanecer en el sin sentido de los piés que no caminan, entre el cemento y el barro ante miradas vacìas.
Por aquí no sopla el viento que trae frases acumuladas en el denso aire, desde aquí no se percibe el ruido de los barcos que ya no pescan, pero cuando viene tormenta cada uno se arregla como puede. Vidas sedientas de la autodestrucción acumulada. Paraiso de necios embusteros que recuerdan que solo les mueve el sorteo de navidad. Nos tocó volver al inicio sin apenas saborear el encuentro, y si lo piensas, ¿para qué?.
A mí que no me entierren en ningúna caja, ni tampoco congelado para en un futuro iluso despertar a la modernidad, mejor será desaparecer entre la niebla y hacerse uno a un lado para que otros sigan el camino que tú no supiste, de nada sirve el lamento de quién se esconde, de nada sirve la ambición de quién solo responde, agujeros en un cielo nublado de problemas que soportan el peso de una mirada ajena.
Para hoy dormir la cena que nunca llegó por falta de animo, para hoy sin llanto ni presencias que puedan atormentar a alguién que buscò sin encontrar. Aquí en el barrio todo es parecido, desayunos tempraneros y autobuses rojos, y por desiertos se recorren las penas de lo que nunca fue. Así que no juzgues a mis manos por no alcanzar el asombro, ya que pronto será tiempo de recogese.
En los baños fríos apenas se recuerda la arena, ni la orilla en la que aprendiste a saltar. En el rio ya no quedan truchas que puedas pescar a tu antojo, ni tampoco los pajaros volaran esta noche. La muralla está en uno, pero es demasiado pronto o demasiado tarde para destrozarla.
Por fin se quedan las sombras tras la esquina que nunca quisiste. Ahora ya no importa, el Lunes lo cambia todo para un mal común que se sabe de tontos. Siento que esto no dura ni los pasos que te quedan, y a la vez siempre fue un por y no para, pero ya llovió sufiente desde aquella inocencia, para al final descubrir la rencorosa manera que tiene la vida de tratar a quienes tan solo se dieron el calor suficiente como para seguir. De nada sirven mil besos si no son de quién uno se enamora, y es demasiado cruel la forma en la que todo se acaba.
La esperanza no es lo último que se pierde, sino la sensación de que todo tuvo ningún sentido. Ahora ya los peces azules se despiden de sus fracasos, y se abre un nuevo encuentro para bien de quién supo aguantar. La verdad ya es suficiente como para que uno se encuentre en medio del misterio que lo volvió loco.
Mejor sanar en la distancia las freneticas caídas de quién ya no es capaz de nadar. Por eso me ahogo en la noche de los inquietos que viven en un estado vegetal, por eso no hay nada que pueda temer, tan solo siento la sed.
Desafiós amontonados en la misma mochila que te hizo caer, y en el vuelo te despiertas como cuando nunca te perdiste, pero lo cierto es que lo hiciste, y por ello la única salida es luchar contra las envidias de un tiempo que sabe amargo.
Después de uno y mil dìas se sabe de vez en cuando morir un poco…
Morir un poco…
De cuando en cuando…
Morir un poco…